MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS
Hoy en
La Vanguardia
Historia de 199 vidas rotas
Detrás de cada nombre y apellido había una vida. Una familia, unos amigos, unas esperanzas. Un futuro. Cada una de las personas asesinadas debe tener un lugar en la memoria colectiva. Las víctimas del 11-M –estudiantes, niños, padres que volvían de acompañar a sus hijos, trabajadores, inmigrantes de doce nacionalidades...– representan a la sociedad que sufre el terrorismo. “La Vanguardia” inicia hoy una serie de apuntes biográficos sobre las personas que fallecieron en los atentados, con el propósito de que su vida no quede reducida al anonimato.
Diez niños de una escuela pierden a sus padres, que viajaban en uno de los trenes
Ana Isabel Gil Pérez
28 años. Torrejón de Ardoz
Las coronas que acompañan a su féretro están dedicadas a su memoria y a la de su hijo. Estaba embarazada de 7 meses cuando murió en La Paz, después de sufrir cinco paros cardiacos. Los médicos habían intentado salvar al bebé. “Llegaron a extraer el feto, pero no pudo ser”, explica Mari Carmen, una amiga de su hermana.
La hermana de Ana, que también se llama Mari Carmen, iba a casarse dentro de dos meses y le hacía casi tanta ilusión como el nacimiento de su sobrino, el primer hijo de Ana y de su marido, también de 28 años: “La ilusión que tenía, estaba como loca con su sobrino. Tenía hasta fotos tomadas en la ecografía”.
El día del atentado, Ana Isabel se dirigía a la empresa Electrónica YEM, donde trabajaba.
Rodolfo Benito Samaniego
26 años. Ingeniero industrial
Alcalá de Henares
Afrontaba este año 2004 con mucha ilusión. Es año Xacobeo y el Camino de Santiago era una de sus pasiones. Rodolfo, originario de Valencia, ya lo había hecho en tres ocasiones, la última el año pasado con unos amigos de su padre. Uno de ellos, Félix, recuerda con cariño cómo les había aconsejado sobre lo que necesitaban y cómo les había facilitado detalles sobre la ruta xacobea.
Como todas las mañanas, Rodolfo cogió el tren de las 7.30 en Alcalá de Henares para ir a Ghesa, donde trabajaba en un proyecto de centrales térmicas de ciclo combinado. Era ingeniero industrial especializado en técnicas energéticas. En su maletín llevaba los libros para ir estudiando en el tren la oposición para ser profesor de Matemáticas. “Lo que a él realmente le gustaba era la docencia y quería ser profesor”, afirman sus amigos, que le recuerdan como el más divertido de cualquier reunión. “Siempre tenía un chiste en los labios para arrancarte unas risas”. Era un hombre enamorado, “conocía a Ana desde el instituto, creo que hace trece años, llevaba siete años saliendo con ella y hacían planes para el futuro”. Le recuerdan como un deportista nato, “era cinturón negro de judo y aprovechaba cualquier rato libre en sus estudios para coger su bici de montaña y despejarse, porque pasaba la mayor parte del tiempo preparando sus oposiciones”. Vivía en el barrio de los Cuatro Puntos de Alcalá de Henares y tenía un grupo de cuatro amigos de verdad, que hoy están deshechos, igual que su tío Rodolfo Benito, uno de los dirigentes de Comisiones Obreras que le quería como un hijo. “Con la muerte de Rodolfo nos han matado un poco a todos.”
Ana Martín Fernández.
35 años. Secretaria
Santa Eugenia
Acababa de dejar a su hija Paula, de 4 años, en el colegio y se dirigía a la estación de Atocha, donde se encontraría como casi todas las mañanas con su compañero Esteban para coger el 19 y llegar a la Asociación de la Prensa de Madrid, donde era secretaria de la asesoría jurídica. “El destino nos ha separado para siempre”, dice Esteban Lizana. “Ese día decidí coger el autobús porque había muchísima gente, y volví a nacer. Pero nos hemos quedado sin la sonrisa de Ana, que era como un soplo de aire fresco para todos los que trabajábamos con ella. Una excelente compañera. Una mujer menuda a la que le gustaba ir al cine con su madre a la que acababan de operar del corazón y que se había convertido en una prioridad en su vida. Siempre la llamaba antes de salir del trabajo.” Ana era psicóloga, aunque trabajaba de secretaria en la asesoría jurídica: “Era muy cariñosa y un punto de referencia para todos los que trabajamos aquí. Llevaba catorce años con nosotros y formaba parte de esta empresa donde sólo somos dieciocho y somos como una familia. Por eso ayer fuimos varios compañeros a buscarla por los hospitales cuando nos dijeron que había desaparecido y el propio presidente, Fernando González-Urbaneja, se puso a llamar a todo el mundo para encontrarla”, explica Agustín Gómez. Su marido está destrozado. “Hace sólo un par de días habían pedido una semana de vacaciones pasarla tranquila en la playa y descansar de una vida que para Ana era muy ajetreada entre el trabajo, su hija, su madre...”
Osama El Amrati
23 años. Albañil
Alcorcón
Hace cinco años que llegó a Madrid desde su Tánger natal, cargado de proyectos de futuro. Entre ellos, el de convertirse algún día en cocinero profesional, tal como hacía constar en su pasaporte. De momento, trabajaba como obrero en una pequeña empresa de construcción con uno de sus primos. Convivió durante un tiempo con sus tías en una modesta vivienda de Móstoles y hacía poco se había trasladado a Alcorcón, donde compartía piso con un grupo de amigos marroquíes. Desde entonces cogía diariamente el tren de cercanías hasta El Pozo para ir a trabajar. “Aquí era feliz”, dice entre lágrimas una de sus tías. Osama hablaba español y se consideraba un madrileño más. Su familia lo recuerda como un chico alegre, buena persona y especialmente ilusionado por la vida que llevaba en España, donde se había integrado perfectamente. Le gustaba el ambiente abierto de la capital, hablar de fútbol y salir con sus amigos españoles y marroquíes. Sus amigos y sus familiares le despidieron en la mezquita de Madrid. Su cadáver será repatriado a Tánger.
Inmaculada Castillo Sevillano
39 años. Administrativa
Alcalá de Henares
Era de Madrid, pero se trasladó a vivir a Alcalá de Henares cuando se casó en 1983.
“Deja dos huérfanos, una hija de 19 años y un chico de 15. Se quedó viuda a los 29 años, al perder a su marido, que murió ahogado a los 31”, explica su cuñada. Hasta entonces los dos trabajaban juntos en una empresa familiar, en la que ella realizaba labores administrativas. Inmaculada era de Madrid, pero se trasladó a vivir a Alcalá de Henares cuando se casó en 1983. “Siempre ha trabajado sin parar, sobre todo después de quedarse viuda, y ahora se dedicaba a ayudar a otras mujeres en su misma situación. Pese a su desgracia, era una mujer muy alegre, tenía muchas ganas de vivir, y estaba muy unida a sus hijos”, recuerda su cuñada.
El pasado jueves adelantó una hora su salida hacia Madrid. Ayer sus familiares se preguntaban por qué.
Cipriano Castillo Muñoz
55 años. Metalúrgico
San Fernando de Henares
Hace veinticinco años que Cipriano Castillo se instaló en San Fernando de Henares y su vecinos lo recuerdan como una persona solidaria y buena que participaba activamente en la vida asociativa y cultural del barrio y había expresado siempre sus convicciones a favor de la justicia y en contra de la guerra y la violencia. Este emigrante manchego, buen lector, simpatizante de izquierdas, cogía cada día el tren a la misma hora para desplazarse hasta Chamartín, donde trabajaba en la empresa Tecsa, dedicada a construcciones ferroviarias. Al regresar del trabajo solía pasear por el barrio cogido del brazo de su mujer, Marian, empleada de la limpieza que actualmente se encuentra de baja médica. Los fines de semana le gustaba ir a la sierra a comer y a caminar con los amigos y cuando no iban a la montaña salían a tomar un vermut por el barrio. Dice Teresa, una vecina, que cada vez que se lo encontraba, Cipriano le decía: “A tus pies, Teresa”. Su hija, de 29 años, tenía que coger el tren siguiente al de su padre. Una llamada telefónica la advirtió de la tragedia. Su hijo, de 27 años, golpeó con rabia las paredes de la casa al enterarse de la noticia. “¿Por qué?” “Por qué a él, con lo bueno que es”, se preguntaba ayer la familia, que todavía era incapaz de verbalizar la tragedia que les había ocurrido y mucho menos el hecho de que un padre y un marido bueno y dialogante hubiera muerto asesinado por una bomba. Cipriano fue enterrado ayer a mediodía. Su cuerpo amputado no pudo se reconocido hasta las 11.45 de la noche del jueves.
Sara Centenera.
18 años. Estudiante
Alovera (Guadalajara)
Pese a la huelga de profesores en la universidad, Sara cogió el tren en Azuqueca de Henares como de costumbre. Había cumplido su sueño de cursar Fisioterapia después de estudiar con mucho tesón en el colegio Giovanni Antonio Farina, en Azuqueca de Henares, y en los Salesianos de Guadalajara, donde dejó una gran impronta entre sus compañeros. Ayer las carteleras de todo el centro mostraban una fotografía de Sara, sonriente, junto a la de otro ex alumno, Guillermo Senent, quien perdió la vida en el mismo tren.
Su familia, sus padres y un hermano de 22 años, era muy conocida y asentada desde siempre en Alovera, una localidad próxima a Azuqueca de Henares.
“Era una chica simpática, aunque tímida, siempre rodeada de amigos y dando buenos consejos; como una madraza que siempre estaba pendiente de todos y echando una mano si hacía falta”, cuenta emocionado Emilio Guzmán, profesor de Religión de Sara en los Salesianos.
Una imagen que repiten una y otra vez sus compañeros y profesores. El director del centro, José Luis Riesco, recuerda también la alegría cuando aprobó la selectividad “y nos contaba que ya era universitaria”.
Juan Pablo Moris Crespo
32 años. Estudiante
Alcalá de Henares
Siempre se había mostrado muy militante contra el terrorismo y por eso se había ido hasta Bilbao el verano pasado para tomar parte en una gran manifestación. Su hermana mayor recuerda que no le fue fácil convencer a sus padres: “Ellos estaban muy preocupados por ese viaje. Les daba miedo, y mira ahora…”
El menor de tres hermanos, su familia era de Alcalá, aunque su padre procedía de la localidad jiennense de Guarromán. Juan Pablo compaginaba sus estudios de Ingeniería haciendo traducciones técnicas del inglés.
Los amigos de la familia insisten en destacar su alto nivel de compromiso, sobre todo con todos los asuntos relacionados con el terrorismo.
David Vilela Fernández
23 años. Bibliotecario
Alcalá de Henares
“Era un buenazo y muy cariñoso. Le llamábamos ‘manos arrugadas’ porque tenía las manos muy grandes”, explican sus amigos. Unos le conocían desde el instituto. Otra chica cuenta que hizo la comunión con él, y que vivían en el mismo barrio, el de Venecia de Alcalá de Henares. Sus restos fueron trasladados a Yebra, en la provincia de Guadalajara, lugar de origen de su familia y donde será enterrado.
El joven era bibliotecario en el archivo de la Biblioteca Nacional. Allí se dirigía la mañana del atentado, igual que dos de sus compañeros y el hijo de un tercero que también se encuentran entre las víctimas mortales.
Federico Sierra Seron
37 años. Comandante
Alcalá de Henares
Había vivido situaciones muy duras durante sus diversos destinos como voluntario en las misiones de paz en Bosnia. Tal vez para tranquilidad de los suyos hacía sólo tres meses que se había incorporado a un destino teóricamente menos arriesgado en el cuartel general del Ejército de Tierra. Madrid ofrecía a su mujer, una joven bosnia de Gorazde, y al hijo de ambos, un pequeño de tres años, la seguridad de no volver a vivir los horrores que un día conocieron. El general Sierra, gobernador militar de Navarra, se temió lo peor cuando trató infructuosamente de localizar a su hijo a los pocos minutos de conocer el atentado. Tal vez el viejo instinto de los buenos soldados. El comandante Sierra Serón era diplomado en Estado Mayor, especialista en carros de combate, había sido doblemente condecorado por su participación en Bosnia y estuvo también destinado en una unidad de paracaidistas. Nunca pudo imaginar que la muerte le esperaba agazapada en un aparentemente inofensivo tren de cercanías. Su celo en el cumplimiento del deber, que le llevaba a tomar todos los días el tren de la línea Guadalajara-Madrid para incorporarse a su puesto una hora antes de lo que le correspondía, le costó la vida. En su trabajo era considerado una persona de gran vocación de servicio, con capacidad para identificar los problemas y para trabajar en equipo. Estas cualidades tal vez le llevaron a ocupar un puesto de responsabilidad en el cuartel general de la fuerza multinacional en Sarajevo, donde recibió una medalla de la OTAN. De allí trajo una sólida experiencia internacional, y dio muestras de un carácter extrovertido y muy abierto, y de gran sensibilidad para los que habían sufrido los horrores de la guerra.
Textos de Bru Rovira, Mar Díaz Varela, Mariano Guindal, Magda Bandera, Javier Maestro y María del Mar Rodríguez